domingo, 29 de julio de 2012

Relato IV:El hombre del metro.

El hombre de traje está mirándome. Finjo contar las estaciones que faltan. El sonríe y sabe que no me desagrada su mirada. Rodeará los cincuenta. Las canas en su pelo y las líneas que se disparan del contorno de sus ojos le sientan bien.  También le sientan bien el traje azul, los zapatos negros y el maletín de cuero.  Me mira intensamente con ojos azules pálidos.  Hago como si no me diera cuenta  pero mis labios me traicionan, quieren sonreírle, tenderle un saludo. La gente se amontona en el metro y yo me ubico  frente a él. Para sostenerme me sujeto con una mano al tubo metálico y veo como su mano se acerca  peligrosamente a la mía. Los cuerpos me empujan e inevitablemente me aproximo a él, tan cerca que siento su perfume y su olor a hombre transpirado. Lejos de repelerme, hay algo que me atrae en esa mezcla de aromas.  Los diminutos pelos de su mano se están frotando ya contra la mía. Más allá de su chaqueta desabrochada veo su camisa humedecida de sudor que casi transparente me insinúa su torso cubierto de vellos. Sigo el camino que traza el sudor en su camisa y de pronto estoy contemplando la  ligereza de la tela de su pantalón. Descubro su entrepierna y  tras su bragueta se adivina la posición de su miembro en reposo. Creo que  desabrochar la hebilla de su cinto no sería tan difícil. Me da curiosidad descubrir la forma que tiene su sexo, el aroma que desprendería pero  regreso a sus ojos  y veo que está mirando mis  labios como si buscara morderlos, devorarlos de un bocado. De pronto el metro frena bruscamente, chilla el metal de las vías  y nuestros cuerpos hacen contacto e inmediatamente vuelven a sus posiciones anteriores. Queda entonces la estela de su mano deteniendo mi caída, queda sobre mí el calor que exhala su cuerpo. Estamos aún más próximos,  milímetros apenas nos separan. Ahora me agarro al asidero del metro con ambas manos y una de ellas se posiciona a la altura de su bragueta. La gente se mueve y se ajustan los espacios. Empujado por los cuerpos que fluctúan su entrepierna se acerca a mi mano, la roza, a veces se aprieta contra ella y luego se retira. Repite  el movimiento otras veces y  me percato del bulto que se va formando bajo la tela. Su verga se endurece por el contacto con mi mano inmóvil. La repetición del gesto me permite sentir como se despereza su sexo. La curva se acentúa en su bragueta y  su miembro se pone en evidencia. El pudor le obliga a cubrirse con el maletín. Me sonríe nuevamente como si estuviera excusándose por la reacción de su cuerpo y sin embargo a mí no me molestaría seguir  sintiendo su sexo apretado contra mi mano. Intenta un movimiento para mostrarme lo duro que se ha puesto. En agradecimiento me paso la lengua por los labios y yo también intento un acercamiento pero las puertas del vagón se abren, la multitud baja y sube apresurada y él parece seguirla sin dejar de mirarme.  Me dice adiós buscando que yo reaccionara pero no lo hago. Demasiado tarde. Las puertas se están cerrando. Lo veo en el andén buscándome pero no me encuentra. Yo le sigo con la mirada hasta que el metro se introduce en la oscuridad del túnel. Ahora el único reflejo que veo es el mío en los vidrios de las puertas. 
No sirvió de nada descender en la siguiente estación, volver sobre mis pasos, esperarle  o buscarle en otras miradas. Simplemente ya el hombre no estaba.

J.G. Hood.

viernes, 20 de julio de 2012

Relatos II : El pasajero del transporte público.

Hay una cifra de más. Quizá sea el dos que se repite o es el seis.  Pero recuerdo que había dicho veintiséis. ¡Mierda ! Las combinaciones son infinitas y ni si quiera tengo su nombre completo. Él tampoco tiene mi número  y si consigo dar con él ¿Qué le voy a decir?

Hola, soy yo. Me senté esta mañana a tu lado porque vi que eras el único pasajero en el fondo. Me hubiera sentado pegado a vos si tu mochila no se hubiese  interpuesto entre nosotros. Me senté cerca porque  tu apariencia me llamó la atención. Te supuse estudiante por la mochila y de los aplicados por los lentes que llevabas. Me gustaste porque te veías alto,  corpulento sin ser gordo ni musculoso. Me gustó tu forma simple de vestir : camiseta negra, pantalones vaqueros. Tenías una imagen de chico  pulcro y misterioso. Me recordaste tal vez a algún compañero de colegio que me gustaba. No sé que fue, pero te vi y no sé cómo ni cuándo empecé a mirarte,  de reojo por supuesto, pero recuerdo que escuchabas música y que los auriculares eran blancos. También recuerdo que tenías un termo con una guampa posados sobre tu pierna izquierda  pero que no me tapaban la visual entre tus piernas y no pude evitar mirarte el bulto. Lo miré disimuladamente, luego me dije que  estaba perdiendo el tiempo y curiosamente,  sin mirarme, tomaste la guampa en tus manos, la apoyaste justo sobre tu bragueta y comenzaste a presionar de manera discreta aquel objeto contra ella. Poco a poco, con la presión que ejercía la base de la guampa sobre tu bulto, noté que allí algo aumentaba de volumen y como me puse a mirar ostentosamente lo que estabas haciendo, retiraste tu mochila del asiento que nos separaba. Comprendí entonces que aquel gesto era una invitación para que me acercara a vos. Impulsado por la adrenalina que me inyectaba la excitación, salté a tu lado y dejé caer mi mano izquierda sobre tu pierna derecha. Comencé a subirla hasta llegar a tu entrepierna. Mientras subía, yo no era un hombre, sino una mano, sólo mi mano que veía a través del tacto porque recuerdo cada detalle de la textura del vaquero que te cubría y recuerdo lo dura que estaba tu verga bajo aquel jean. Froté mi mano contra esa protuberancia, la apreté varias veces y la retiré rápidamente por miedo a ser descubierto. El colectivo estaba vacío pero me sentía observado y temía estar en la mira del retrovisor. A vos te cubría el respaldo del asiento delante tuyo, a mi ninguno. Cuando dejé de tocarte, apoyaste tu pierna fuertemente contra la mía como pidiéndome que continuara. Yo te complací, pero esta vez no me contenté con acariciarte el abultado paquete sino que bajé la mano buscando la zona donde descansaban tus testículos. Se enfrentaron entonces mi mano y la tela, una para acariciarte y la otra para cubrirte. Hubiese querido en aquel momento arrancarte la ropa con mis manos. Por eso mi mano subía y bajaba desenfrenadamente, se apretaba, se frotaba contra tu bulto, a veces hasta podía agarrar tu sexo entre mis dedos a pesar de la resistencia que oponía la tela.  De pronto, en un movimiento de tus manos, te abriste la bragueta y  dejaste ver el calzoncillo azul que llevabas puesto. Era de los que tienen  una abertura delantera sin botones. Por ella, primero vi salir un poco  de tu vello y luego vi como sacabas tu pija completamente erguida. Mi mano, un tanto aturdida se contentaba con acariciar tu pierna mientras se exponía al mundo tu sexo.  Sin decirme nada  tomaste mi mano y la pusiste sobre el tallo de tu pene. Te dejaste caer relajado sobre el  asiento y lo único en tensión en aquel momento era tu verga.  Estaba tibia, estaba dura. Se veía hermosa e imponente. Podía hasta contar las venas que le daban una forma a la vez bruta y delicada. Era blanca, más que la mía,  y ligeramente arqueada hacia arriba. El tallo grueso parecía afinarse a medida que subía y culminaba en una punta  rojiza completamente descubierta. Aquella punta brillaba por el efecto del fluido que la lubricaba. La mezcla entre excitación y  miedo sólo me permitió hacer unos torpes movimientos hacia arriba y hacia abajo. Pero mientras deslizaba mi mano sobre aquel trozo de carne, pude sentir toda tu excitación contenida en mi mano.  Cuando detuve mi mano en la cabeza de tu verga, la apreté suavemente y mi pulgar se posó sobre tu glande. Empecé entonces a moverlo en círculo jugando con el líquido transparente que brotaba de él. Hice movimientos circulares  y este ínfimo movimiento te obligaba a morderte  los labios. Me impresionaba tu manera de lubricar. Mi mano iba y venía sin que la aspereza de nuestras pieles pudiera retenerla. Traté en vano de acariciar tus huevos porque  me lo prohibía el poco espacio  que dejaba  tu bragueta  ocupada de lleno por la base de tu pija. Me contenté con acariciarte los vellos del pubis. Yo salivaba, me mordía también los labios, me excitaba. Tu mirada me pedía que me agachara y yo lo hubiese hecho con gusto para succionarte hasta la última gota de aquel néctar que se acumulaban en tus bolas. Pero iba de camino al trabajo y  bajaba en la parada siguiente. Cuando te lo dije aún tenía mi mano sujetando tu sexo. Vos no dijiste nada pero tu mano apretó la mía contra tu verga y me obligaste a seguir tocándote. Con una de mis manos agarrando tu sexo y la otra mi teléfono, te pedí tu número. Lo digité y  te pregunté con que nombre  lo guardaba.  Respondiste « San » de Santiago o fue «  Sam » de Samuel, ya no recuerdo. Entonces se desprendió mi mano de tu sexo, mis piernas se levantaron, toqué el timbre para bajarme. Ya abajo vi como se marchaba el micro y  vos te despedías  de mí por la ventanilla con una sonrisa y un guiño. Yo me quedé absorto un rato, sin creer lo que me había pasado. Temblaba de nervios. Sentía que mi excitación humedeció mi ropa interior e impulsado por un extraño instinto, acerqué mi mano a mi nariz. Aspiré el aroma que quedaba en entre mis dedos. Mi mano izquierda olía a hombre, olía a sexo. Volví a reaccionar cuando vi que ya estaba en la puerta de mi trabajo y  recordé  que no había guardado tu número en el repertorio. Ahora estoy aquí tratando de reconstituirlo en vano, en vano realmente.
J.G. Hood.



sábado, 14 de julio de 2012

Relato I: Se llamaba Thomas.

Lo conocí en París, cuando estudiaba en aquella ciudad. Como necesitaba trabajar para pagarme los estudios y así sobrevivir en una ciudad tan cara como ésta, aceptaba regularmente todo tipo de trabajos pequeños. Fue así como terminé trabajando en una agencia de limpieza a domicilio, es decir,  de empleado doméstico. El trabajo era evidentemente un sector bastante femenino ya que generalmente, como en muchos países, ese tipo de trabajo suele ser realizado por mujeres. Pero con una buena presentación de mis motivaciones y mis cualidades personales, logré ingresar a la agencia, y aunque al principio sorprendía a los clientes que un chico se ocupara de los quehaceres domésticos, como si ese tipo de trabajo fuese denigrante o no apto para hombres, rápidamente se acostumbraban  a mí. Por mi parte yo me aseguraba un buen dinero sin mucho esfuerzo, intelectual por supuesto.

A menudo solía ocuparme del pisos de mujeres pero también de hombres con mucho dinero y muy atractivos. Hombres a quienes sin dudar un segundo les hubiese dicho que sí, si me pedían por ejemplo que me ocupara de ellos. Pero todo ésto quedaba en mis fantasías y mi trabajo lo hice, hasta antes de conocerle, muy profesionalmente. Cuando me designaron la casa de un alto ejecutivo de 37 años, francés de origen inglés y  todavía soltero, no pude evitar pensar en lo bien que estaría y hasta me lo imaginaba como un perfecto candidato para mí. Pero la experiencia de trabajar en los pisos de estos jóvenes solteros,  con muchos números en sus cuentas bancarias,  me hizo reconsiderar rápidamente mi primera conclusión con respecto al nuevo cliente. Generalmente este tipo de hombres son mujeriegos, heterosexuales fervientes y como sino fuese suficiente suelen también ser pedantes, con un ego tremendamente desarrollado,  lo que, si fuesen gays,  tampoco facilitaba la tarea de seducirlos. De manera que fui aquella mañana al apartamento sin más expectativas que el de hacerme un dinero extra. El piso se hallaba en un barrio caro de la ciudad, y me pareció bien decorado, no era excesivamente grande pero se veía nuevo y tenía unos ventanales de vidrios opacos que daban a un parque con árboles.

 Cuando llegué al piso, no había nadie en él y me encontré solamente con un mensaje escrito que me había dejado  mi nuevo jefe sobre la mesa. En él me daba la bienvenida, me preguntaba sobre el tema del pago cuyo sistema no comprendía muy bien y me dejaba algunas indicaciones para el piso. No fue mucho lo que tuve que hacer ese día, pero el trabajo tampoco aumentó en los días siguientes. Este cliente, era en comparación a otros,  mucho más pulcro y ordenado. Luego de unas semanas en su casa, yo aún no lo había visto y sólo suponía su rostro gracias a una foto que encontré en la sala y en la cual figuraban tres chicos, amigos supuse. Pero de los tres muchachos uno, el más grande y rubio, parecía el que mejor se acomodaba a la imagen del alto ejecutivo y al nombre de Thomas con el cual firmaba sus mensajes. A medida que pasaba el  tiempo, yo sentía más curiosidad por conocerlo en persona y saber si era él, el de la foto. Así llegaba,  cuando me tocaba empezar por las mañanas,  más temprano para verlo pero nunca nos cruzabamos. Entonces comencé a observar su ropa mientras la ordenaba, para ver si alguna coincidía con la ropa que llevaba el chico de la foto y esto dio resultado porque de alguna manera confirmé mi suposición. En su armario encontré una chaqueta similar a la que llevaba el muchacho en la fotografía. Esto provocó en mí una excitación que aumentaba cada vez que llegaba al piso y cuando pasaba las horas allí. 
          
A medida que los días pasaban, el parecía acostumbrarse mejor a mi presencia y entonces me tocaba, entre otras cosas,  recoger su ropa sucia, que al principio no dejaba, y  ponerlas a lavar por ejemplo. Fue haciendo esta tarea que un día terminé recogiendo un bóxer que había dejado tirado en el baño, cerca del canasto para la ropa sucia. No fue la primera vez que recogía ropa interior de mis clientes pero lo que me llamó la atención ese día fue que al tomarlo en mis manos, sentí que el bóxer estaba en partes algo húmedo y se percibia en él como una materia blancuzca que no terminaba de secarse. No sé porqué, y antes nunca lo había hecho ni pensado, decidí acercarlo a mi nariz, pero  muy desconfiadamente y temeroso. El movimiento duró tan sólo un instante pero la estela que dejó me parecio eterna. Era casi imposible no reconocer en ese olor a sudor y miel silvestre, el aroma del esperma.

Cuando ya casi tiraba el bóxer en el  canasto, algo muy excitante me invadió el cuerpo y en apenas segundos por debajo de mi pantalón vaquero  se despertaba una parte de mi cuerpo.  Esa misma excitación me  obligaba a aspirar el  perfume que se desprendía de aquella tela húmeda. Sin dudas mi patrón se había hecho una paja antes de irse y se había limpiado con el bóxer porque lo tenía a mano y yo, casi como  guiado por mis bajas pulsiones,  me encontraba ahora oliéndolo,  inhalando lentamente aquel aroma, con mi nariz y mis labios rozando la tela humedecida. Casi sin darme cuenta, me había sacado afuera el miembro y lo estaba manipulando mientras yo undía mi nariz  y mi lengua en la ropa interior de mi jefe. El olor a sudor de aquel macho y el gusto agridulce de restos de semen y gotas de orina que quedaban  sobre la tela  se mezclaron a mi saliva y se introdujeron en mi boca como un elixir. Incluso logré sentir en mi lengua algún que otro vello púbico atrapado en el tejido. Me había calentado tanto y en tan poco tiempo que podía hasta deborarme toda la tela. Luego de unos segundo, el bóxer estaba aun más húmedo que al principio, efecto de haber pasado mi lengua por él repetidas veces, como si al lamer y mordisquear la tela, mordisqueaba y lamía al hombre que lo había llevado puesto. Mientras absorbía ese masculino aroma, me imaginaba su rostro, el mismo de la foto, y me imaginaba a sus pies mamándosela. Veía sus ojos  y  me imaginaba como sería su torso desnudo, si tenía  pelos, si eran  rubios, si le cubrían el abdomen y llegaban hasta su pubis.

Pensando en esto, mi verga estalló en erupciones de leche bien espesa que caían sobre la baldosa grisácea y otras sobre mi propio jean. Toda mi mano izquierda se había empapado de aquel líquido viscoso cuando por fin me incorporé y observé mi verga flácida aún chorreando. Sentí como una vergüenza extraña de haberme masturbado durante el trabajo y con la ropa interior de mi jefe. Así que me limpié rápidamente y puse todo en orden, hasta lavé el bóxer detonador de mis pulsiones.

Lo más extraño fue que ese día antes de irme,  me crucé con él, es decir con el dueño del piso y  por lo tanto mi jefe. No pude evitar sonrojarme pensando que él se había percatado de algo y que por eso había decidido regresar antes. Pero su gesto fue tan sólo un saludo de manos, una presentación que incluía una hermosa sonrisa y algunas preguntas sobre mí, sobre el día. Mientras me hablaba, yo pude  apreciar que se veía aún más lindo en persona. Con un color de piel pálidamente bronceada que resaltaba su pelo rubio y su barba recién crecida. Mirándole yo me preguntaba a mí mismo cómo podía un hombre ser tan hermoso. No sé como me retuve para no deslizarme sobre su torso poblado de un vello rubio como se dejaba adivinar gracias a su camisa semi-abierta. En ese segundo hasta pude sentir su aroma recordando el olor del bóxer con el cual me había masturbado hacía solamente unas horas. El simple recuerdo me  excitó y el miedo de ser descubierto me ruborizó, lo que no pasó desapercibido para  él.  

Comentó que me había puesto rojo, lo que me ruborizó aún más. Su « ah conque tímido  » quedó grabado en mi mente sin que yo desifrara el tono de esa frase. Me alisté para partir cuando, él se excusó de haberme pedido que lavara su ropa sucia, y se disculpó también de haber dejado todo tirado esa mañana. A lo que respondí que no era un problema, que eso hacía parte de mi trabajo y que la única ropa tirada fue el bóxer que encontré en el baño. Si ésto no me delató,  al menos  creó la duda en su mente pues fue él esta vez quien se sonrojó. Para corregirme, terminé mi frase diciendo : « Usted no se preocupe, no me molesta ». Aunque luego supe que esta frase en lugar de corregir mi posible indiscreción, terminó perturbándolo aún más.

Efectivamente para él, saber que yo había recogido su ropa interior, la misma con la cual se había limpiado esa mañana luego de masturbarse e imaginarse que yo pude haberlo notado, palpado, todo eso le llenaba la cabeza de morbo.  Me había vuelto a sus ojos un ser que existía y que le provocaba curiosidad, al menos eso me había dicho tiempo después.  Por eso desde aquel día se esforzaba en partir luego de que yo llegara o llegar antes de que yo me fuera. Yo sin embargo pensaba que él sospechaba lo que había hecho aquel día, de manera que en lugar de sentirme observado por que le atraía, me sentía vigilado y juzgado. Pero según él desde aquel episodio ya no me vio como el chico que limpiaba su piso, sino como él que avivó el fuego que hace tiempo se encendía en él. Me contó que en un momento había asumido la idea de tener sexo con un chico aun cuando se sentía heterosexual. Me confesó que no le atraían todos los hombres, sino unos en particular. Así desde hacia tiempo cuando veía algún muchacho delgado,  de cara bonita, con una cierta fineza y que caía a veces en lo afeminado, comenzaba a fantasear con éste, imaginándoselo  a cuatro patas, poseyéndole el culo o salpicándole la cara con su leche, todas imagenes copiadas de las películas pornos que había visto hasta entonces para saciar sus ganas.  Porque, incluso en el más profundo secreto,  su reputación podría empañarse al mezclarse con ese tipo de chicos ya que podrían delatarle y encontrar un chico suficientemente sensual para él, un poco masculino para ser discreto pero no demasiado para caer en lo tosco y vulgar era  bastante difícil,  porque  al fin y al cabo heterosexual como era  hasta entonces,  él sólo reconocía a los gays en aquellos que parecían homosexuales según el estándar impuesto por los mismos heteros, por lo tanto prefería la frustración de no realizar su fantasía a la verguenza de ser tildado de puto.

Al parecer el punto medio que buscaba lo encontró en mí cuando me vio por primera vez. Aunque a veces mi voz o mis gestos parecían confirmar mi supuesta etiqueta gay y otras él dudaba pensado que quizás a mí en realidad me atraían las chicas, prefería dejarse llevar por la curiosidad y descubrirme poco a poco. Algo en mí le intrigaba y le atraía. Más aún porque desde el momento en el que me vio, me encontró, es lo que decía, perfecto para él. Comenzaron entonces en su cabeza unas cavilaciones con respecto a mí, lo que le llevo, según me contó, a pensar primero en mí, luego a masturbarse algunas veces pensando en mí hasta terminar concibiendo una estrategia para acostarse conmigo y así yo giraba cada vez más en su mente.

No pasó mucho tiempo para que yo conociera el trasfondo de su cada vez más frecuente presencia en el piso. Un sábado de junio  para nada especial me pidió que viniera a limpiar su apartamento porque tenía no sé que fiesta esa noche. Yo accedí y al llegar por la mañana, me lo encontré aún dormido en su habitación con la puerta del dormitorio abierta. El estaba de espaldas en la cama, completamente desnudo. No sé cuanto tiempo pasó entre mi llegada y el tiempo que me quedé  contemplando en el umbral de su habitación sus hermosos gluteos sobre el cual parecía reflejarse la luz de la mañana. Pude observar que sus piernas  tenían una forma perfecta,  largas, con los musculos marcados pero no gruesas  y  envueltas en un espeso vello dorado que subia hasta sus nalgas y se acumulaba a la entrada de su culo para dispersarse subiendo por su espalda donde finalemente desaparecían. El color bronceado de su piel parecía natural  pues poca o nada era la diferencia entre el color de su piel cubierta por algún eslip o aquella que quedaba al descubierto. No me faltaron ganas de deslizarme sobre la curva entre su espalda y sus nalgas, pero me abstuve y  volví a mí para comenzar mi trabajo silenciosamente.

Me retiré pero no me atreví a cerrar la puerta de su  habitación,  en realidad no quería hacerlo. Apenas algunos minutos después se despertó y pronució mi nombre como si estuviera aún dormido, como si dudase del día o de mi presencia. ¿ Juan? – preguntó, con la dificultad de pronunciar la jota. Yo estaba de espaldas y giré porque sentí que su pregunta me llegaba,  ya no desde la cama sino desde la puerta de su habitación. Dos segundo duró mi mirada porque lo ví,  parado, todavía desnudo, frente a mí y no sé si fue la sorpresa o la vergüenza  pero le esquivé con la mirada. Sin embargo en mi mente, como una fotografía,  me quedó grabado su cuerpo, su torso oscurecido por la multitud de pelos que lo cubrían, su verga flácida balanceándose con el movimiento de su cuerpo. Tal vez fue la impresión pero en aquel momento me pareció aún más grande de lo que era. La punta del prepucio cubría lo que parecía un enorme glande y sobre todo el color de la piel de su sexo que parecia aún más bronceada y aumentaba mi morbo.  Se dio cuenta que me sorpredió verlo así  porque se cubrió el sexo  con las manos y  con una sonrisa me dijo que se iba al baño. Le miré mientras allí se dirigía y me mordí los labios lamentando no tener uno así en mi cama todas las mañanas.  No quedaba más que volver a mis ocupaciones : lavar los platos. Pero pocos minutos después, lo ví volver, con la cara lavada y el pelo algo mojado para domar algún que otro mechón rebelde ya que había decidido peinar su pelo hacia atrás, lo que sin querer, al despejar su frente,  resaltaba el azul pálido de sus ojos. Seguía con el torso desnudo lo que me permitió apreciar las líneas de sus musculos abdominales ligeramente marcados. Se había puesto un calzoncillo de algodón blanco muy fino a través del cual se adivinaba aún su sexo colgando y desplazándose con cada movimiento que daba. Me dijo que se prepararía un café pero yo propusé hacérselo y llevárselo a la cama. Accedió a ésto porque insistí aunque se quedó un rato en el mismo lugar como queriendo decir algo, lo que generó entre ambos un vacio casi abismal pero que lejos de alejarnos parecía  atraernos.  Un vacio llenado tan sólo por nuestras respiraciones y  el aroma que exhalaban nuestros cuerpos. El  quebró la incomodidad de ese silencio pidiéndome que le tuteara. Yo asentí y se me escapó una sonrisa que generó como un dominó, una sonrisa suya y otra más de mi parte.

 Cuando le llevé el café, estaba en su cama acostado con una tableta electrónica en sus manos y desde mi posición le cubría una parte de su rostro pero yo podía contemplar su cuerpo extendido y la curva que formaba su bulto bajo el calzoncillo. Mis ojos se habían perdido en aquella protuberancia cuando me di cuenta de que también él  se había percatado de mi mirada. Aquello fue para él alguna especie de señal esperada. Me preguntó, con voz temblorosa  si todo estaba bien. No podía  decir otra cosa que sí, aunque nada en mí estaba bien pues comenzaba a sentir que mi cuerpo palpitaba y se me aflojaban las piernas. Una ola caliente parecía apoderarse de mi rostro. Seguramente me había puesto rojo y empecé a sudar, entonces pasé mis manos por  mi pelo tratando de liberar mi frente e hice un gesto con los ojos. Esto le provocó una risa y soltó : « Parece que estás nervioso ». Para nada, respondí  y el retrucó : No parece.  Agregó luego : Humm, ojos misteriosos.

 Yo no supe si tomarlo como cumplido pero contesté:   Y los tuyos son hermosos. Sonrió mientras fijaba su mirada en la mía y  lanzó el más claro de sus anzuelos : ¿Es lo único que tengo de hermoso ? Preferí  contener mi respuesta porque de todas maneras ya sabía  donde iba y conocía  la artimaña pero me sorprendió su reacción.  Se incorporó sobre la cama y allí sentado me pidió que me sentara a su lado. Me hubiera gustado obedecer como un animalito a su amo pero temía que aquello fuera una trampa o tan sólo producto de mi mala interpretación por lo que accedí a sentarme con bastante prudencia al borde de la cama. El estaba sobre ella, sentado con las piernas  recogidas y abiertas, los brazos reposando sobre ellas. Yo podía en esa posición distinguir perfectamente las líneas de su bulto, sus testículos, uno en particular  y la cabeza de su pene  apretados contra la tela. Mientras  mis ojos recorrían sus piernas y su entre pierna disimuladamente, él se excusaba diciéndome que  en realidad sólo quería decir que yo tenía, para él, una mirada muy atractiva y para suavizar el adjetivo termino su frase diciendo : ¡ Y por favor no lo tomes a mal ! – y bajando la voz como si temiera ser escuchado, dijo : « Me gusta, digo… tu mirada,  espero no te molestes ». Esta   declaración viajó por todo mi ser a la velocidad de la luz y engendró en mí una sonrisa casi tonta. De su entrepierna mis ojos pasaron a los suyos y ahí estaba él,  separado de mi tacto por apenas centímetros,  cuando se acercó a mí y  me preguntó que pasaría si me besaba. No supe qué responder pero bajé la mirada a sus labios y él leyó este movimiento como un llamado. Me descubrí besándolo,  despacio, su cuerpo casi desnudo rozando mi cuerpo vestido. Me rodeó la cintura con un brazo y colocó el otro detrás de mi cuello casi deslizando sus dedos en mi pelo. Yo me limité a apoyarme en la cama con un brazo y el otro lo posé sobre su pierna derecha. A este gesto pareció dejarse e invitarme a ir más lejos pues relajó ligeramente sus piernas y pareció abrirlas un poco más. Hasta entonces respondía a sus besos lentamente, con pequeños besos sobre los labios y esporádicos toques de lengua. Pero la sensación de la punta de su lengua,  con gusto a fresco de pasta dental sobre mi propia lengua,  pareció  avivar el fuego presente en mí.y fui yo quien comenzó a acelerar el ritmo.

 Minutos antes habíamos comenzado a  besarnos, para entonces ya nos deborábamos a mordiscos. Estábamos más pegados uno al otro. Mi oxígeno era el propio aire que yo respiraba desde su boca. Me mordía los labios, yo hacia lo mismo, su mano en mi cintura ya no se contentaba con la frontera marcada por mi jean, se había internado casi hasta acariciarme las nalgas. La otra mano me acariciaba el pelo, lo removía, lo estiraba. Por mi parte, la mano que se deslizaba por su pierna, ya había llegado hasta su paquete. No le acaricié en seguida el bulto, sólo apoyé mi mano contra él lo que me permitió sentir lo dura que estaba su pija aprisionada detrás de la tela. El no esperaba más que eso, que tomara su sexo en mis manos, por eso había abierto completamente sus piernas. A veces sentía los golpecitos que daba su verga, como si me llamara. Gracias ese contacto suave de mi mano contra su bulto adiviné la forma un poco curvada hacia abajo que tendría su pija. Deslicé mis dedos lo más que pude por debajo de la pernera del calzoncillo. Alcancé a palpar el glande y luego el tallo de su verga, sus vellos púbicos y una parte de sus testículos. Podriá haber dejado allí mis dedos horas y horas. La piel de su sexo estaba tibia y se sentía suave. Igual se sentía el espeso pelo que rodeaba su pene. Supe que, a diferencia mía,  no se depilaba las bolas. Llevado por el frenesí y las ganas de desnudarlo y comermelo entero, me puse entre sus piernas, me apreté contra él y yo de rodillas mientras me rodeaban sus piernas sobre la cama donde él seguía sentado, comencé a besarlo y acariciarle con fuerza. En tanto él ya había bajado mi  vaquero y una de sus manos se deslizaba peligrosamente entre mis nalgas. Pronto uno de sus  dedos, sin que mi ropa fuese un obstáculo para ello,  comenzó a explorar  la ranura de mi culo. La otra mano se introdujo bajo mi remera y subió hasta encontrar mis tetillas. Con esa misma mano se ocupaba de ambas. A veces apretaba con fuerza a una y a la otra solamente la acariciaba con movimientos circulares hasta conseguir que se pusiera tiesa. Mientras tanto yo había tomado su mentón entre mis manos y la punta de mi lengua parecía perder el combate contra la suya. Entre los nervios y la exitanción mi pija aún  tenía una cierta flacidez pero ya llevaba un rato lubricando y cuando me bajó el bóxer, mi sexo  golpeó con su pectorales  y humedeció una pequeña parte de ellos. Entonces el roce con los pelos de su pecho me la puso más y más dura. Minutos después me sacó la remera y  comenzó a chuparme las tetillas mientras yo acariciaba las suyas y cuando él me las mordía yo  me aferraba con fuerza al pelo de su torso. Sin que se lo pidiera y en un gesto inesperado me tocó el sexo suavemente y comenzó a pajeármelo. Cuando me sintió suficientemente excitado,  me empujó sobre la cama y me arrancó lo que me quedaba de ropa. Me tomó de las caderas sujetando mis piernas con la única intención de ver mi culo. Yo me sentí un tanto avergonzado en esa posición pero él que al mismo tiempo se retiraba el calzoncillo soltó un - ¡ Qué delicia ! -  y  puso dos dedos sobre mi agujero acariciádolo suavemente en un vaivén hasta que acercó su rostro y empezó a comérmelo con fuerza.

Al principio quise detenerlo y puse mi mano sobre su cabeza pero entre sus mordidas y  golpes de lenguas, no pude resistir y dejé caer mi cabeza sobre la cama mientras cerraba los ojos para congelar cada una de esas sensaciones que generaba en mí el movimiento de su lengua sobre  mi hendidura. Recuerdo que no solo se limitó a lamerme el culo. A veces cambiaba el movimiento por minúsculas mordiditas, otras parecía querer clavarse en mi con su lengua y si no era su lengua la que se abría paso entre mis nalgas, era su nariz  o algún dedo.  De repente aceleraba los movimientos y parecía como en trance porque me deboraba el culo sin piedad y luego el rítmo disminuía hasta el punto en el que aquello era apenas una caricia. Todo mi culo se había mojado con su saliva y cuando alguna gota se escurría,  él la buscaba con la lengua para llevarla nuevamente a mi agujero. No sé cuanto tiempo pasó en esto pero yo ya no quería que se detuviera y parecía no cansarse, así que me puse a hacerme una paja mientras él me comía el culo.

Recuerdo que mientras parecía perderse entre mis nalgas, él me miraba como buscando algún contacto conmigo y sus ojos parecían más azules.  También me di cuenta de que había descubierto qué movimientos me hacían soltar un gemido y entonces él los repetía y yo me percataba que cuando lograba sacarme algún gemido, sus ojos ganaban un cierto brillo que  parecían revelar la satisfacción que  sentía con mi propio placer. Esto nunca me había pasado y generalmente, sobre todo con los pseudo heterosexuales,  era yo él que se ocupaba del placer de los demás.  Yo podía haber terminado así, largado toda la leche acumulada en mis huevos pero en un momento se detuvo y se colocó sobre mí y curvándose alcanzó a besarme mientras ubicaba su pija sobre mi culo.  Se apretó a él y comenzó a frotar su verga contra mi hendidura. Por la orientación hacia  abajo de su pija, sólo podía frotar la parte de arriba de su sexo contra mí en un movimiento de abajo a arriba  pero la sensación era perfecta porque sentía como su verga se delizaba entre mis nalgas, casi como si me estuviera cogiendo. En un momento se detuvo justo cuando su glande se había posicionado en la abertura de mi culo  y si no se hubiese detenido para buscar un preservativo,  se habría introducido en mí sin dificultad. Cuando volvió, vi por primera vez su sexo desnudo en completa erección. Su verga se veía espesa sin ser gruesa, y su glande,  un poco cubierto tras una capa de piel, parecía del mismo grosor que la base de su pene. Percibí el líquido trasparente que lubricaba la cabeza de su pija lo que le daba un color rojizo aún más atractivo. Pero lo que mas me gustó fueron su bolas.  Incluso retraidos sus testículos se veían imponentes, como si acumularan esperma desde hacía tiempo. Tenían un color ligeramente más oscuro que el resto de su piel, quizás efecto del vello que lo cubría. Tuve ganas de probar con mis labios esos huevos  pero aunque me incorporé sobre la cama no pude más que acarciarlos porque se puso el preservativo y volvió a tirarme en la cama. Echó un poco de saliva en su mano, a puso sobre mi culo y le introdujo un dedo sin que yo tuviera tiempo de resistir. La cabeza de su pija se abría paso en mi culo. Los pelos de su brazo y su cuerpo pegado al mío y  el calor que emanaba de él ayudaron a relajarme hasta el punto que me abría a su verga como si mi propio cuerpo conociera el suyo y lo esperara. Le sentí completamente dentro y no me di cuenta de cuanto se había introducido en mí. Sólo sentí que me dolía cuando empezó a acelerar el ir y venir. Pero al mismo tiempo ese movimiento me endurecía  el pene y mis testículos se contraían.

Al parecer se dio cuenta del dolor que sentía cuando se movía más rápido por eso disminuyó su embestida hasta el punto de casi parar su movimiento. Yo estaba patas para arriba y él entre mis piernas,  cogiéndome. Mientras me daba por el culo, mantenía su boca sobre la mía  y a veces me besaba y otras sólo se contentaba con respirar mi aliento, rozar mis labios. Me preguntó si me gustaba y le dije que sí. Entonces me tomó de las caderas me hizo girar sobre él y me encontré encima suyo, sentado sobre su verga,  él completamente extendido en la cama y me tocó a mí moverme. Comencé despacio y fui aumentando la cadencia a medida que me adaptaba a la sencación de tener su pija dentro de mi culo. Pero cuando él se unió a mi movimiento y durante algunos segundos me cogió desenfrenadamente, yo preferí parar por el dolor que me poducía. Aunque no resistí mucho porque bastaba con que me acariara el cuello y me dara un beso para que yo accediera a continuar.  Para disminuir el dolor que a veces sentía, se incorporó también él, yo me mantuve sentado por sobre sus piernas con su verga dentro mío y  así enlazados, mientras nos besabamos,  él me cogía. A cada vez que mi boca se escapaba de la suya, él sabía que debía parar y esperar unos segundo, luego comenzaba nuevamente. Yo le sentía cada vez más tenso, y su verga dentro de mí se sentía como una roca. No sé que punto de mi había tocado pero en un momento al mismo tiempo que él se introducía más y más dentro de mí, y aceleraba el ritmo, yo sentía que estaba eyaculando sin que pudiera controlar mi cuerpo. El sintió que en un momento mi agujero se contrajo varias veces y  que mi leche se deslizaba sobre su abdomen. Hizo entonces algunos movimientos más rápidos y  reteniéndome para que yo no me levantara,  los espasmos de su verga me avisaron que él también estaba acabando en mí. Luego la retiró despacio y me dejé caer en la cama del cansancio que sentía. Mi ano aún se contraía involuntariamente luego de haber sido perforado por aquel palo de carne. Algún gesto en mi rostro habrá delatado los espasmos que yo sentía porque quiso saber si no me había lastimado. « No » respondí, « pero duele un poquito », agregué y yo diría que él para consolarme se deshizo en una sonrisa. Después se acercó a mí y  riéndose me preguntó al oido si yo era virgen porque que él sí. Sin que yo pudiera responder, aclaró que era su primera vez con un chico. Le miré a los ojos, quise créer que era cierto pero le hice saber que no le creía. El insistió. Entonces le dije que en mi caso la primera había sido ya hace mucho tiempo atrás pero que era la primera vez que un chico me hacía terminar sólo dándome por el culo. Le brillaron otra vez los ojos  y se le escapó un : « Eso quería ». Frase que remató con una sonricita de nene pícaro.

No se podía negar que el tipo era lindo y estaba como quería. Todos soñamos con llevarnos a la cama uno así. Pero son los inaccesibles que  terminan por frustarnos. Sin embargo, fui yo él que caí en su cama. Allí estaba, sin saber si levantarme e irme, o quedarme disfrutando de lo que aún me daba.  Allí estaba yo con él y sin querer sentí su verga contra mi pierna y me percaté de que aún estaba dura y  con el preservativo puesto. Parece que aún hay leche, afirmé. Sí, un poquito siempre hay, dijo él.

Fue quizás instintivo o una forma de agradecerle el placer dado porque  coloqué mis labios sobre sus tetillas y aspirando el olor de su torso velludo descendí hasta su sexo. Le retiré el condón y me encontré con su verga empapada de semen. Sin dudar comencé a sorber aquel líquido blanquecino.  Su leche tenía un gusto dulzón y parecía que desprendía en con su olor toda la virilidad del macho que había producido aquel néctar y que lo había mantenido caliente para mí. Cuando terminé de tragarme lo que quedaba de aquel líquido. Empecé a marmársela despacito. Una vez que la había introducido entera, regresaba a la punta de su verga para lamerle la cabecita rojiza y jugar con su prepucio, luego trataba nuevamente de tragármela toda y volvía a empezar. De vez en cuando  dejaba el glande y paseaba mi lengua por el tallo de su sexo hasta allí donde crecían sus pelos.  Entonces aspiraba  ese aroma casi picante de su pubis y volvía nuevamente a subir y le chupaba solamente la cabeza de la pija, con tanta fuerza como buscando sacarle lo que le quedaba de leche. Cuando yo hacía esto él se retorcía y gemía. Agarraba mi pelo y aunque parecía querer retirármela de la boca, al mismo tiempo sujetaba mi cabeza para que siguiera mamándosela. Cuando sentí que su excitación alcanzó su tope, entonces decidí cambiar de parte y bajé a sus bolas. Cada testículo era tan grande que  me cabía con dificultad en la boca. Era evidente que se trataba de un semental y que el tamaño du sus huevos era proporcional a la cantidad de esperma que allí se acumulaban.

El se había entregado a mí y a mi lengua por completo. Tanto, que cuando empezé a bajar más alla de sus bolas buscando el umbral de su culo, ni siquiera me detuvo. Un instante depués le estaba comiendo el culo lleno de pelos.  Me detuvo para decirme que no él quería ser cogido, que eso no le gustaba. Yo le prometí que solamente me ocuparía de lamérselo. Acceptó no con facilidad. Pero luego se dejó llevar por las sensaciones nuevas que le producía mi lengua. Pero como todo eso era nuevo en aquel momento, me detuvo un rato después  tomando mi cabeza y dirigiéndola a su verga nuevamente. Comprendí el mensaje y entonces me dediqué enteramente a chupársela cada vez más intensamente. Yo le acariciaba los huevos con una mano y con la otra sostenía su espesa verga. A veces le tocaba las piernas y las acariciaba. De pronto sentí como su piel se erizaba y sus músculos se contraían, un chorro de líquido tibio se deslizó por mi garganta, luego otro y otro más hasta el punto que tuve que abrir la boca y dejar escapar un poco de leche para no asfixiarme. Al mismo tiempo que inundaba mi garganta con su semen, pegó un gemido,  casi un grito y luego se detuvo. Yo seguí chupándosela hasta que no quedara gota alguna y cuando me saqué su pija de la boca, ella salió completamente limpia. De mi boca sin embargo chorreaba aún un poco de ese líquido blanco. Me quedé unos instantes mirando como su pija se relajaba.

Me levanté y fui a limpiarme  pero cuando regresé él estaba durmiendo. Contemplé su hermoso cuerpo, sus piernas y sus brazos, su sexo ya flácido con sus huevos ya no contraidos. Se veía deliciosamente rico. Algo de orgullo nació en mí pero me fui porque no quise molestarle, por eso me vestí y me fui. Además no sabía que hacer, como reaccionar. Era su primera vez con un chico y al parecer era heterosexual y como si fuese poco hasta entonces él era mi jefe.

Me sorprendió luego recibir un mensaje de texto de su parte preguntándome del porqué me había ido sin avisar. Yo volví a verlo al día siguiente y así  empezamos una frecuentación durante casi un año. Nuestros encuentros eran cada vez más intensos. Me gustaba tener sexo con él, y también me gustaba pasar más tiempo con él.  Lo que poco a poco comenzó,  para mí,  a ser una pequeña mancha en ese cuadro. Porque mientas que para él era perfecto ese estado en el que no hay exigencias, ni presentaciones, sin  nada que asumir afuera sólo en la cama. Para mí, esos encuentros repetidos comenzaban a revelarme sentimientos y proyectos que no necesariamente eran compartidos. Así mientras él se liberaba,  yo me volvía prisionero de esos encuentros y antes de terminar perdiéndome en sentimentalismos baratos, decidí quedarme con el mejor recuerdo de aquella historia. El día que expiró mi visa,  volví a cruzar el atlántico de regreso a casa y no le dije nada.

Por supuesto que lamento haberme ido así. Cómo no recordar su cuerpo y su manera de besar. Lo duro de su sexo entre mis manos, el calor que despedía su cuerpo cerca del mío. No, alguien así  no se puede dejar pasar, enterrar en la memoria como algo que ya no sirve. Cuantas veces me masturbé pensando en él, me imaginé otra vez en su cama, mi mano recorriendo su pecho,  cuantas veces le deseé y me vi con él cuando en realidad estaba contigo.

¿Y qué esperabas ?  Por eso no quería hablarte de mi pasado. El es mi pasado y se llamaba Thomas.


J.G. Hood