Lo conocí en París, cuando estudiaba en
aquella ciudad. Como necesitaba trabajar para pagarme los estudios y así
sobrevivir en una ciudad tan cara como ésta, aceptaba regularmente todo tipo de
trabajos pequeños. Fue así como terminé trabajando en una agencia de limpieza a
domicilio, es decir, de empleado
doméstico. El trabajo era evidentemente un sector bastante femenino ya que
generalmente, como en muchos países, ese tipo de trabajo suele ser realizado por
mujeres. Pero con una buena presentación de mis motivaciones y mis cualidades
personales, logré ingresar a la agencia, y aunque al principio sorprendía a los
clientes que un chico se ocupara de los quehaceres domésticos, como si ese tipo
de trabajo fuese denigrante o no apto para hombres, rápidamente se acostumbraban
a mí. Por
mi parte yo me aseguraba un buen dinero sin mucho esfuerzo, intelectual por
supuesto.
A menudo solía ocuparme del pisos de
mujeres pero también de hombres con mucho dinero y muy atractivos. Hombres a
quienes sin dudar un segundo les hubiese dicho que sí, si me pedían por ejemplo
que me ocupara de ellos. Pero todo ésto quedaba en mis fantasías y mi trabajo
lo hice, hasta antes de conocerle, muy profesionalmente. Cuando me designaron
la casa de un alto ejecutivo de 37 años, francés de origen inglés y
todavía soltero, no pude evitar pensar en lo bien que estaría y hasta me lo imaginaba
como un perfecto candidato para mí. Pero la experiencia de trabajar en los
pisos de estos jóvenes solteros, con muchos números en sus cuentas
bancarias, me hizo reconsiderar rápidamente mi primera conclusión con
respecto al nuevo cliente. Generalmente este tipo de hombres son mujeriegos,
heterosexuales fervientes y como sino fuese suficiente suelen también ser
pedantes, con un ego tremendamente desarrollado, lo que, si fuesen
gays, tampoco facilitaba la tarea de seducirlos. De manera que fui
aquella mañana al apartamento sin más expectativas que el de hacerme un dinero
extra. El piso se hallaba en un barrio caro de la ciudad, y me pareció bien
decorado, no era excesivamente grande pero se veía nuevo y tenía unos
ventanales de vidrios opacos que daban a un parque con árboles.
Cuando llegué al piso, no había
nadie en él y me encontré solamente con un mensaje escrito que me había
dejado mi nuevo jefe sobre la mesa. En él me daba la bienvenida, me
preguntaba sobre el tema del pago cuyo sistema no comprendía muy bien y me
dejaba algunas indicaciones para el piso. No fue mucho lo que tuve que hacer
ese día, pero el trabajo tampoco aumentó en los días siguientes. Este cliente,
era en comparación a otros, mucho más pulcro y ordenado. Luego de unas
semanas en su casa, yo aún no lo había visto y sólo suponía su rostro gracias a
una foto que encontré en la sala y en la cual figuraban tres chicos, amigos
supuse. Pero de los tres muchachos uno, el más grande y rubio, parecía el que
mejor se acomodaba a la imagen del alto ejecutivo y al nombre de Thomas con el
cual firmaba sus mensajes. A medida que pasaba el tiempo, yo sentía más
curiosidad por conocerlo en persona y saber si era él, el de la foto. Así
llegaba, cuando me tocaba empezar por
las mañanas, más temprano para verlo pero nunca nos cruzabamos. Entonces
comencé a observar su ropa mientras la ordenaba, para ver si alguna coincidía
con la ropa que llevaba el chico de la foto y esto dio resultado porque de
alguna manera confirmé mi suposición. En su armario encontré una chaqueta similar
a la que llevaba el muchacho en la fotografía. Esto provocó en mí una excitación
que aumentaba cada vez que llegaba al piso y cuando pasaba las horas allí.
A medida que los días pasaban, el parecía
acostumbrarse mejor a mi presencia y entonces me tocaba, entre otras cosas,
recoger su ropa sucia, que al principio no dejaba, y ponerlas a
lavar por ejemplo. Fue haciendo esta tarea que un día terminé recogiendo un
bóxer que había dejado tirado en el baño, cerca del canasto para la ropa sucia.
No fue la primera vez que recogía ropa interior de mis clientes pero lo que me
llamó la atención ese día fue que al tomarlo en mis manos, sentí que el
bóxer estaba en partes algo húmedo y se percibia en él como una materia
blancuzca que no terminaba de secarse. No sé porqué, y antes nunca lo había
hecho ni pensado, decidí acercarlo a mi nariz, pero muy desconfiadamente
y temeroso. El movimiento duró tan sólo un instante pero la estela que dejó me
parecio eterna. Era casi imposible no reconocer en ese olor a sudor y miel
silvestre, el aroma del esperma.
Cuando ya casi tiraba el bóxer en el
canasto, algo muy excitante me invadió el cuerpo y en apenas segundos por
debajo de mi pantalón vaquero se
despertaba una parte de mi cuerpo. Esa misma excitación me obligaba
a aspirar el perfume que se desprendía de aquella tela húmeda. Sin dudas
mi patrón se había hecho una paja antes de irse y se había limpiado con el
bóxer porque lo tenía a mano y yo,
casi como guiado por mis bajas pulsiones, me encontraba ahora
oliéndolo, inhalando lentamente aquel aroma, con mi nariz y mis labios
rozando la tela humedecida. Casi sin darme cuenta, me había sacado afuera el miembro y lo estaba manipulando mientras yo undía mi nariz y mi
lengua en la ropa interior de mi jefe. El olor a sudor de aquel macho y el
gusto agridulce de restos de semen y gotas de orina que quedaban sobre la
tela se mezclaron a mi saliva y se introdujeron en mi boca como un
elixir. Incluso logré sentir en mi lengua algún que otro vello púbico atrapado
en el tejido. Me había calentado tanto y en tan poco tiempo que podía hasta
deborarme toda la tela. Luego de unos segundo, el bóxer estaba aun más húmedo
que al principio, efecto de haber pasado mi lengua por él repetidas veces, como
si al lamer y mordisquear la tela, mordisqueaba y lamía al hombre que lo había
llevado puesto. Mientras absorbía ese masculino aroma, me imaginaba su rostro,
el mismo de la foto, y me imaginaba a sus pies mamándosela. Veía sus ojos
y me imaginaba como sería su torso desnudo, si tenía pelos, si eran
rubios, si le cubrían el abdomen y llegaban hasta su pubis.
Pensando en esto, mi verga estalló en
erupciones de leche bien espesa que caían sobre la baldosa grisácea y otras
sobre mi propio jean. Toda mi mano izquierda se había empapado de aquel líquido
viscoso cuando por fin me incorporé y observé mi verga flácida aún chorreando.
Sentí como una vergüenza extraña de haberme masturbado durante el trabajo y con
la ropa interior de mi jefe. Así que me limpié rápidamente y puse todo en orden,
hasta lavé el bóxer detonador de mis pulsiones.
Lo más extraño fue que ese día antes de
irme, me crucé con él, es decir con el dueño del piso y por lo
tanto mi jefe. No pude evitar sonrojarme pensando que él se había percatado de
algo y que por eso había decidido regresar antes. Pero su gesto fue tan sólo un
saludo de manos, una presentación que incluía una hermosa sonrisa y algunas
preguntas sobre mí, sobre el día. Mientras me hablaba, yo pude apreciar
que se veía aún más lindo en persona. Con un color de piel pálidamente
bronceada que resaltaba su pelo rubio y su barba recién crecida. Mirándole yo
me preguntaba a mí mismo cómo podía un hombre ser tan hermoso. No sé como me
retuve para no deslizarme sobre su torso poblado de un vello rubio como se
dejaba adivinar gracias a su camisa semi-abierta. En ese segundo hasta pude
sentir su aroma recordando el olor del bóxer con el cual me había masturbado
hacía solamente unas horas. El simple recuerdo me excitó y el miedo de
ser descubierto me ruborizó, lo que no pasó desapercibido para él.
Comentó que me había puesto rojo, lo que
me ruborizó aún más. Su « ah conque tímido » quedó grabado en
mi mente sin que yo desifrara el tono de esa frase. Me alisté para partir
cuando, él se excusó de haberme pedido que lavara su ropa sucia, y se disculpó
también de haber dejado todo tirado esa mañana. A lo que respondí que no era un
problema, que eso hacía parte de mi trabajo y que la única ropa tirada fue el
bóxer que encontré en el baño. Si ésto no me delató, al menos creó
la duda en su mente pues fue él esta vez quien se sonrojó. Para corregirme,
terminé mi frase diciendo : « Usted no se preocupe, no me
molesta ». Aunque luego supe que esta frase en lugar de corregir mi
posible indiscreción, terminó perturbándolo aún más.
Efectivamente para él, saber que yo había
recogido su ropa interior, la misma con la cual se había limpiado esa mañana
luego de masturbarse e imaginarse que yo pude haberlo notado, palpado, todo eso
le llenaba la cabeza de morbo. Me había vuelto a sus ojos un ser que
existía y que le provocaba curiosidad, al menos eso me había dicho tiempo
después. Por eso desde aquel día se esforzaba en partir luego de que yo
llegara o llegar antes de que yo me fuera. Yo sin embargo pensaba que él
sospechaba lo que había hecho aquel día, de manera que en lugar de sentirme
observado por que le atraía, me sentía vigilado y juzgado. Pero según él
desde aquel episodio ya no me vio como el chico que limpiaba su piso, sino
como él que avivó el fuego que hace tiempo se encendía en él. Me contó que en
un momento había asumido la idea de tener sexo con un chico aun cuando se sentía
heterosexual. Me confesó que no le atraían todos los hombres, sino unos en
particular. Así desde hacia tiempo cuando veía algún muchacho delgado, de
cara bonita, con una cierta fineza y que caía a veces en lo afeminado,
comenzaba a fantasear con éste, imaginándoselo a cuatro patas,
poseyéndole el culo o salpicándole la cara con su leche, todas imagenes
copiadas de las películas pornos que había visto hasta entonces para saciar sus
ganas. Porque, incluso en el más profundo secreto, su reputación
podría empañarse al mezclarse con ese tipo de chicos ya que podrían
delatarle y encontrar un chico suficientemente sensual para él, un poco
masculino para ser discreto pero no demasiado para caer en lo tosco y vulgar era
bastante difícil, porque al fin y al cabo heterosexual como
era hasta entonces, él sólo reconocía a los gays en aquellos que
parecían homosexuales según el estándar impuesto por los mismos heteros, por lo
tanto prefería la frustración de no realizar su fantasía a la verguenza de ser
tildado de puto.
Al parecer el punto medio que buscaba lo
encontró en mí cuando me vio por primera vez. Aunque a veces mi voz o mis
gestos parecían confirmar mi supuesta etiqueta gay y otras él dudaba pensado
que quizás a mí en realidad me atraían las chicas, prefería dejarse llevar por
la curiosidad y descubrirme poco a poco. Algo en mí le intrigaba y le atraía.
Más aún porque desde el momento en el que me vio, me encontró, es lo que decía,
perfecto para él. Comenzaron entonces en su cabeza unas cavilaciones con
respecto a mí, lo que le llevo, según me contó, a pensar primero en mí, luego a
masturbarse algunas veces pensando en mí hasta terminar concibiendo una
estrategia para acostarse conmigo y así yo giraba cada vez más en su mente.
No pasó mucho tiempo para que yo
conociera el trasfondo de su cada vez más frecuente presencia en el piso. Un
sábado de junio para nada especial me pidió que viniera a limpiar su
apartamento porque tenía no sé que fiesta esa noche. Yo accedí y al llegar por
la mañana, me lo encontré aún dormido en su habitación con la puerta del
dormitorio abierta. El estaba de espaldas en la cama, completamente desnudo. No
sé cuanto tiempo pasó entre mi llegada y el tiempo que me quedé
contemplando en el umbral de su habitación sus hermosos gluteos sobre el
cual parecía reflejarse la luz de la mañana. Pude observar que sus
piernas tenían una forma perfecta, largas, con los musculos
marcados pero no gruesas y envueltas en un espeso vello dorado que
subia hasta sus nalgas y se acumulaba a la entrada de su culo para dispersarse
subiendo por su espalda donde finalemente desaparecían. El color bronceado de
su piel parecía natural pues poca o nada era la diferencia entre el color
de su piel cubierta por algún eslip o aquella que quedaba al descubierto. No me
faltaron ganas de deslizarme sobre la curva entre su espalda y sus nalgas, pero
me abstuve y volví a mí para comenzar mi trabajo silenciosamente.
Me retiré pero no me atreví a cerrar la
puerta de su habitación, en realidad no quería hacerlo. Apenas
algunos minutos después se despertó y pronució mi nombre como si estuviera aún
dormido, como si dudase del día o de mi presencia. ¿ Juan? – preguntó, con la
dificultad de pronunciar la jota. Yo estaba de espaldas y giré porque sentí que
su pregunta me llegaba, ya no desde la cama sino desde la puerta de su
habitación. Dos segundo duró mi mirada porque lo ví, parado, todavía
desnudo, frente a mí y no sé si fue la sorpresa o la vergüenza pero le
esquivé con la mirada. Sin embargo en mi mente, como una fotografía, me
quedó grabado su cuerpo, su torso oscurecido por la multitud de pelos que lo
cubrían, su verga flácida balanceándose con el movimiento de su cuerpo. Tal vez
fue la impresión pero en aquel momento me pareció aún más grande de lo que era.
La punta del prepucio cubría lo que parecía un enorme glande y sobre todo el
color de la piel de su sexo que parecia aún más bronceada y aumentaba mi
morbo. Se dio cuenta que me sorpredió verlo así porque se cubrió el
sexo con las manos y con una sonrisa me dijo que se iba al baño. Le
miré mientras allí se dirigía y me mordí los labios lamentando no tener
uno así en mi cama todas las mañanas. No quedaba más que volver a mis
ocupaciones : lavar los platos. Pero pocos minutos después, lo ví volver,
con la cara lavada y el pelo algo mojado para domar algún que otro mechón
rebelde ya que había decidido peinar su pelo hacia atrás, lo que sin querer, al
despejar su frente, resaltaba el azul pálido de sus ojos. Seguía con el
torso desnudo lo que me permitió apreciar las líneas de sus musculos
abdominales ligeramente marcados. Se había puesto un calzoncillo de algodón
blanco muy fino a través del cual se adivinaba aún su sexo colgando y
desplazándose con cada movimiento que daba. Me dijo que se prepararía un café
pero yo propusé hacérselo y llevárselo a la cama. Accedió a ésto porque insistí
aunque se quedó un rato en el mismo lugar como queriendo decir algo, lo que
generó entre ambos un vacio casi abismal pero que lejos de alejarnos
parecía atraernos. Un vacio llenado tan sólo por nuestras
respiraciones y el aroma que exhalaban nuestros cuerpos. El quebró
la incomodidad de ese silencio pidiéndome que le tuteara. Yo asentí y se me
escapó una sonrisa que generó como un dominó, una sonrisa suya y otra más de mi
parte.
Cuando le llevé el café, estaba en
su cama acostado con una tableta electrónica en sus manos y desde mi posición
le cubría una parte de su rostro pero yo podía contemplar su cuerpo extendido y
la curva que formaba su bulto bajo el calzoncillo. Mis ojos se habían perdido
en aquella protuberancia cuando me di cuenta de que también él se había
percatado de mi mirada. Aquello fue para él alguna especie de señal esperada.
Me preguntó, con voz temblorosa si todo estaba bien. No podía decir
otra cosa que sí, aunque nada en mí estaba bien pues comenzaba a sentir que mi
cuerpo palpitaba y se me aflojaban las piernas. Una ola caliente parecía
apoderarse de mi rostro. Seguramente me había puesto rojo y empecé a sudar,
entonces pasé mis manos por mi pelo tratando de liberar mi frente e hice
un gesto con los ojos. Esto le provocó una risa y soltó : « Parece
que estás nervioso ». Para nada, respondí y el retrucó : No
parece. Agregó luego : Humm, ojos misteriosos.
Yo no supe si tomarlo como cumplido
pero contesté: Y los tuyos son hermosos. Sonrió mientras fijaba su
mirada en la mía y lanzó el más claro de sus anzuelos : ¿Es lo
único que tengo de hermoso ? Preferí contener mi respuesta porque de
todas maneras ya sabía donde iba y conocía la artimaña pero me
sorprendió su reacción. Se incorporó sobre la cama y allí sentado me
pidió que me sentara a su lado. Me hubiera gustado obedecer como un animalito a
su amo pero temía que aquello fuera una trampa o tan sólo producto de mi mala
interpretación por lo que accedí a sentarme con bastante prudencia al borde de
la cama. El estaba sobre ella, sentado con las piernas recogidas y
abiertas, los brazos reposando sobre ellas. Yo podía en esa posición distinguir
perfectamente las líneas de su bulto, sus testículos, uno en particular y
la cabeza de su pene apretados contra la tela. Mientras mis ojos
recorrían sus piernas y su entre pierna disimuladamente, él se excusaba
diciéndome que en realidad sólo quería decir que yo tenía, para él, una
mirada muy atractiva y para suavizar el adjetivo termino su frase
diciendo : ¡ Y por favor no lo tomes a mal ! – y bajando la voz como
si temiera ser escuchado, dijo : « Me gusta, digo… tu mirada,
espero no te molestes ». Esta declaración viajó por todo
mi ser a la velocidad de la luz y engendró en mí una sonrisa casi tonta. De su
entrepierna mis ojos pasaron a los suyos y ahí estaba él, separado de mi
tacto por apenas centímetros, cuando se acercó a mí y me preguntó
que pasaría si me besaba. No supe qué responder pero bajé la mirada a sus
labios y él leyó este movimiento como un llamado. Me descubrí besándolo,
despacio, su cuerpo casi desnudo rozando mi cuerpo vestido. Me rodeó la cintura
con un brazo y colocó el otro detrás de mi cuello casi deslizando sus dedos en
mi pelo. Yo me limité a apoyarme en la cama con un brazo y el otro lo posé
sobre su pierna derecha. A este gesto pareció dejarse e invitarme a ir más
lejos pues relajó ligeramente sus piernas y pareció abrirlas un poco más. Hasta
entonces respondía a sus besos lentamente, con pequeños besos sobre los labios
y esporádicos toques de lengua. Pero la sensación de la punta de su lengua,
con gusto a fresco de pasta dental sobre mi propia lengua,
pareció avivar el fuego presente en mí.y fui yo quien comenzó a
acelerar el ritmo.
Minutos antes habíamos comenzado
a besarnos, para entonces ya nos deborábamos a mordiscos. Estábamos más
pegados uno al otro. Mi oxígeno era el propio aire que yo respiraba desde su
boca. Me mordía los labios, yo hacia lo mismo, su mano en mi cintura ya no se
contentaba con la frontera marcada por mi jean, se había internado casi hasta
acariciarme las nalgas. La otra mano me acariciaba el pelo, lo removía, lo
estiraba. Por mi parte, la mano que se deslizaba por su pierna, ya había llegado
hasta su paquete. No le acaricié en seguida el bulto, sólo apoyé mi mano contra
él lo que me permitió sentir lo dura que estaba su pija aprisionada detrás de
la tela. El no esperaba más que eso, que tomara su sexo en mis manos, por eso
había abierto completamente sus piernas. A veces sentía los golpecitos que daba
su verga, como si me llamara. Gracias ese contacto suave de mi mano contra su
bulto adiviné la forma un poco curvada hacia abajo que tendría su pija. Deslicé
mis dedos lo más que pude por debajo de la pernera del calzoncillo. Alcancé a
palpar el glande y luego el tallo de su verga, sus vellos púbicos y una parte
de sus testículos. Podriá haber dejado allí mis dedos horas y horas. La piel de
su sexo estaba tibia y se sentía suave. Igual se sentía el espeso pelo que
rodeaba su pene. Supe que, a diferencia mía, no se depilaba las bolas.
Llevado por el frenesí y las ganas de desnudarlo y comermelo entero, me puse
entre sus piernas, me apreté contra él y yo de rodillas mientras me rodeaban
sus piernas sobre la cama donde él seguía sentado, comencé a besarlo y
acariciarle con fuerza. En tanto él ya había bajado mi vaquero y una de
sus manos se deslizaba peligrosamente entre mis nalgas. Pronto uno de sus
dedos, sin que mi ropa fuese un obstáculo para ello, comenzó a
explorar la ranura de mi culo. La otra mano se introdujo bajo mi remera y
subió hasta encontrar mis tetillas. Con esa misma mano se ocupaba de ambas. A
veces apretaba con fuerza a una y a la otra solamente la acariciaba con movimientos
circulares hasta conseguir que se pusiera tiesa. Mientras tanto yo había tomado
su mentón entre mis manos y la punta de mi lengua parecía perder el combate
contra la suya. Entre los nervios y la exitanción mi pija aún tenía una
cierta flacidez pero ya llevaba un rato lubricando y cuando me bajó el bóxer,
mi sexo golpeó con su pectorales y humedeció una pequeña parte de
ellos. Entonces el roce con los pelos de su pecho me la puso más y más dura.
Minutos después me sacó la remera y comenzó a chuparme las tetillas
mientras yo acariciaba las suyas y cuando él me las mordía yo me aferraba
con fuerza al pelo de su torso. Sin que se lo pidiera y en un gesto inesperado
me tocó el sexo suavemente y comenzó a pajeármelo. Cuando me sintió
suficientemente excitado, me empujó sobre la cama y me arrancó lo que me
quedaba de ropa. Me tomó de las caderas sujetando mis piernas con la única
intención de ver mi culo. Yo me sentí un tanto avergonzado en esa posición pero
él que al mismo tiempo se retiraba el calzoncillo soltó un - ¡ Qué
delicia ! - y puso dos dedos
sobre mi agujero acariciádolo suavemente en un vaivén hasta que acercó su
rostro y empezó a comérmelo con fuerza.
Al principio quise detenerlo y puse mi
mano sobre su cabeza pero entre sus mordidas y golpes de lenguas, no pude
resistir y dejé caer mi cabeza sobre la cama mientras cerraba los ojos
para congelar cada una de esas sensaciones que generaba en mí el movimiento de
su lengua sobre mi hendidura. Recuerdo que no solo se limitó a lamerme el
culo. A veces cambiaba el movimiento por minúsculas mordiditas, otras parecía
querer clavarse en mi con su lengua y si no era su lengua la que se abría paso
entre mis nalgas, era su nariz o algún dedo. De repente aceleraba
los movimientos y parecía como en trance porque me deboraba el culo sin piedad
y luego el rítmo disminuía hasta el punto en el que aquello era apenas una
caricia. Todo mi culo se había mojado con su saliva y cuando alguna gota se
escurría, él la buscaba con la lengua para llevarla nuevamente a mi agujero.
No sé cuanto tiempo pasó en esto pero yo ya no quería que se detuviera y
parecía no cansarse, así que me puse a hacerme una paja mientras él me comía el
culo.
Recuerdo que mientras parecía perderse
entre mis nalgas, él me miraba como buscando algún contacto conmigo y sus ojos
parecían más azules. También me di
cuenta de que había descubierto qué movimientos me hacían soltar un gemido y
entonces él los repetía y yo me percataba que cuando lograba sacarme algún
gemido, sus ojos ganaban un cierto brillo que parecían revelar la
satisfacción que sentía con mi propio placer. Esto nunca me había pasado
y generalmente, sobre todo con los pseudo heterosexuales, era yo él que
se ocupaba del placer de los demás. Yo podía haber terminado así, largado
toda la leche acumulada en mis huevos pero en un momento se detuvo y se colocó
sobre mí y curvándose alcanzó a besarme mientras ubicaba su pija sobre mi
culo. Se apretó a él y comenzó a frotar su verga contra mi hendidura. Por
la orientación hacia abajo de su pija, sólo podía frotar la parte de
arriba de su sexo contra mí en un movimiento de abajo a arriba pero la
sensación era perfecta porque sentía como su verga se delizaba entre mis
nalgas, casi como si me estuviera cogiendo. En un momento se detuvo justo cuando
su glande se había posicionado en la abertura de mi culo y si no se
hubiese detenido para buscar un preservativo, se habría introducido en mí
sin dificultad. Cuando volvió, vi por primera vez su sexo desnudo en completa
erección. Su verga se veía espesa sin ser gruesa, y su glande, un poco
cubierto tras una capa de piel, parecía del mismo grosor que la base de su
pene. Percibí el líquido trasparente que lubricaba la cabeza de su pija lo que
le daba un color rojizo aún más atractivo. Pero lo que mas me gustó fueron su
bolas. Incluso retraidos sus testículos se veían imponentes, como si
acumularan esperma desde hacía tiempo. Tenían un color ligeramente más oscuro
que el resto de su piel, quizás efecto del vello que lo cubría. Tuve ganas de
probar con mis labios esos huevos pero aunque me incorporé sobre la cama
no pude más que acarciarlos porque se puso el preservativo y volvió a tirarme
en la cama. Echó un poco de saliva en su mano, a puso sobre mi culo y le
introdujo un dedo sin que yo tuviera tiempo de resistir. La cabeza de su pija
se abría paso en mi culo. Los pelos de su brazo y su cuerpo pegado al mío y
el calor que emanaba de él ayudaron a relajarme hasta el punto que me
abría a su verga como si mi propio cuerpo conociera el suyo y lo esperara. Le
sentí completamente dentro y no me di cuenta de cuanto se había introducido en
mí. Sólo sentí que me dolía cuando empezó a acelerar el ir y venir. Pero al
mismo tiempo ese movimiento me endurecía el pene y mis testículos se
contraían.
Al parecer se dio cuenta del dolor que
sentía cuando se movía más rápido por eso disminuyó su embestida hasta el punto
de casi parar su movimiento. Yo estaba patas para arriba y él entre mis
piernas, cogiéndome. Mientras me daba por el culo, mantenía su boca sobre
la mía y a veces me besaba y otras sólo se contentaba con respirar mi
aliento, rozar mis labios. Me preguntó si me gustaba y le dije que sí. Entonces
me tomó de las caderas me hizo girar sobre él y me encontré encima suyo,
sentado sobre su verga, él completamente extendido en la cama y me tocó a
mí moverme. Comencé despacio y fui aumentando la cadencia a medida que me
adaptaba a la sencación de tener su pija dentro de mi culo. Pero cuando él se
unió a mi movimiento y durante algunos segundos me cogió desenfrenadamente, yo
preferí parar por el dolor que me poducía. Aunque no resistí mucho porque
bastaba con que me acariara el cuello y me dara un beso para que yo accediera a
continuar. Para disminuir el dolor que a veces sentía, se incorporó
también él, yo me mantuve sentado por sobre sus piernas con su verga dentro mío
y así enlazados, mientras nos besabamos, él me cogía. A cada vez
que mi boca se escapaba de la suya, él sabía que debía parar y esperar unos
segundo, luego comenzaba nuevamente. Yo le sentía cada vez más tenso, y su
verga dentro de mí se sentía como una roca. No sé que punto de mi había tocado
pero en un momento al mismo tiempo que él se introducía más y más dentro de mí,
y aceleraba el ritmo, yo sentía que estaba eyaculando sin que pudiera controlar
mi cuerpo. El sintió que en un momento mi agujero se contrajo varias veces y
que mi leche se deslizaba sobre su abdomen. Hizo entonces algunos
movimientos más rápidos y reteniéndome para que yo no me levantara,
los espasmos de su verga me avisaron que él también estaba acabando en
mí. Luego la retiró despacio y me dejé caer en la cama del cansancio que
sentía. Mi ano aún se contraía involuntariamente luego de haber sido perforado
por aquel palo de carne. Algún gesto en mi rostro habrá delatado los espasmos
que yo sentía porque quiso saber si no me había lastimado. « No »
respondí, « pero duele un poquito », agregué y yo diría que él para
consolarme se deshizo en una sonrisa. Después se acercó a mí y riéndose
me preguntó al oido si yo era virgen porque que él sí. Sin que yo pudiera
responder, aclaró que era su primera vez con un chico. Le miré a los ojos,
quise créer que era cierto pero le hice saber que no le creía. El insistió.
Entonces le dije que en mi caso la primera había sido ya hace mucho tiempo
atrás pero que era la primera vez que un chico me hacía terminar sólo dándome
por el culo. Le brillaron otra vez los ojos y se le escapó un :
« Eso quería ». Frase que remató con una sonricita de nene pícaro.
No se podía negar que el tipo era lindo y
estaba como quería. Todos soñamos con llevarnos a la cama uno así. Pero son los
inaccesibles que terminan por frustarnos. Sin embargo, fui yo él que caí
en su cama. Allí estaba, sin saber si levantarme e irme, o quedarme disfrutando
de lo que aún me daba. Allí estaba yo con él y sin querer sentí su verga
contra mi pierna y me percaté de que aún estaba dura y con el
preservativo puesto. Parece que aún hay leche, afirmé. Sí, un poquito siempre hay, dijo él.
Fue quizás instintivo o una forma de agradecerle el placer dado porque coloqué mis labios sobre sus tetillas y aspirando el olor de su torso velludo descendí hasta su sexo. Le retiré el condón y me encontré con su verga empapada de semen. Sin dudar comencé a sorber aquel líquido blanquecino. Su leche tenía un gusto dulzón y parecía que desprendía en con su olor toda la virilidad del macho que había producido aquel néctar y que lo había mantenido caliente para mí. Cuando terminé de tragarme lo que quedaba de aquel líquido. Empecé a marmársela despacito. Una vez que la había introducido entera, regresaba a la punta de su verga para lamerle la cabecita rojiza y jugar con su prepucio, luego trataba nuevamente de tragármela toda y volvía a empezar. De vez en cuando dejaba el glande y paseaba mi lengua por el tallo de su sexo hasta allí donde crecían sus pelos. Entonces aspiraba ese aroma casi picante de su pubis y volvía nuevamente a subir y le chupaba solamente la cabeza de la pija, con tanta fuerza como buscando sacarle lo que le quedaba de leche. Cuando yo hacía esto él se retorcía y gemía. Agarraba mi pelo y aunque parecía querer retirármela de la boca, al mismo tiempo sujetaba mi cabeza para que siguiera mamándosela. Cuando sentí que su excitación alcanzó su tope, entonces decidí cambiar de parte y bajé a sus bolas. Cada testículo era tan grande que me cabía con dificultad en la boca. Era evidente que se trataba de un semental y que el tamaño du sus huevos era proporcional a la cantidad de esperma que allí se acumulaban.
El se había entregado a mí y a mi lengua
por completo. Tanto, que cuando empezé a bajar más alla de sus bolas buscando
el umbral de su culo, ni siquiera me detuvo. Un instante depués le estaba
comiendo el culo lleno de pelos. Me detuvo para decirme que no él quería
ser cogido, que eso no le gustaba. Yo le prometí que solamente me ocuparía de
lamérselo. Acceptó no con facilidad. Pero luego se dejó llevar por las
sensaciones nuevas que le producía mi lengua. Pero como todo eso era nuevo en
aquel momento, me detuvo un rato después tomando mi cabeza y dirigiéndola
a su verga nuevamente. Comprendí el mensaje y entonces me dediqué enteramente a
chupársela cada vez más intensamente. Yo le acariciaba los huevos con una mano
y con la otra sostenía su espesa verga. A veces le tocaba las piernas y las
acariciaba. De pronto sentí como su piel se erizaba y sus músculos se
contraían, un chorro de líquido tibio se deslizó por mi garganta, luego otro y
otro más hasta el punto que tuve que abrir la boca y dejar escapar un poco de
leche para no asfixiarme. Al mismo tiempo que inundaba mi garganta con su
semen, pegó un gemido, casi un grito y luego se detuvo. Yo seguí
chupándosela hasta que no quedara gota alguna y cuando me saqué su pija de la
boca, ella salió completamente limpia. De mi boca sin embargo chorreaba aún un
poco de ese líquido blanco. Me quedé unos instantes mirando como su pija se
relajaba.
Me levanté y fui a limpiarme pero
cuando regresé él estaba durmiendo. Contemplé su hermoso cuerpo, sus piernas y
sus brazos, su sexo ya flácido con sus huevos ya no contraidos. Se veía
deliciosamente rico. Algo de orgullo nació en mí pero me fui porque no quise
molestarle, por eso me vestí y me fui. Además no sabía que hacer, como
reaccionar. Era su primera vez con un chico y al parecer era heterosexual y
como si fuese poco hasta entonces él era mi jefe.
Me sorprendió luego recibir un mensaje de
texto de su parte preguntándome del porqué me había ido sin avisar. Yo volví a
verlo al día siguiente y así empezamos una frecuentación durante casi un
año. Nuestros encuentros eran cada vez más intensos. Me gustaba tener sexo con
él, y también me gustaba pasar más tiempo con él. Lo que poco a poco
comenzó, para mí, a ser una pequeña mancha en ese cuadro. Porque
mientas que para él era perfecto ese estado en el que no hay exigencias, ni
presentaciones, sin nada que asumir afuera sólo en la cama. Para mí, esos
encuentros repetidos comenzaban a revelarme sentimientos y proyectos que no
necesariamente eran compartidos. Así mientras él se liberaba, yo me
volvía prisionero de esos encuentros y antes de terminar perdiéndome en
sentimentalismos baratos, decidí quedarme con el mejor recuerdo de aquella
historia. El día que expiró mi visa, volví a cruzar el atlántico de
regreso a casa y no le dije nada.
Por supuesto que lamento haberme ido así.
Cómo no recordar su cuerpo y su manera de besar. Lo duro de su sexo entre mis
manos, el calor que despedía su cuerpo cerca del mío. No, alguien así no
se puede dejar pasar, enterrar en la memoria como algo que ya no sirve. Cuantas
veces me masturbé pensando en él, me imaginé otra vez en su cama, mi mano
recorriendo su pecho, cuantas veces le
deseé y me vi con él cuando en realidad estaba contigo.
¿Y qué esperabas ? Por eso no
quería hablarte de mi pasado. El es mi pasado y se llamaba Thomas.
J.G. Hood
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