El hombre
de traje está mirándome. Finjo contar las estaciones que faltan. El sonríe y sabe
que no me desagrada su mirada. Rodeará los cincuenta. Las canas en su pelo y
las líneas que se disparan del contorno de sus ojos le sientan bien. También le sientan bien el traje azul, los zapatos
negros y el maletín de cuero. Me mira
intensamente con ojos azules pálidos.
Hago como si no me diera cuenta pero mis labios me traicionan, quieren sonreírle,
tenderle un saludo. La gente se amontona en el metro y yo me ubico frente a él. Para sostenerme me sujeto con
una mano al tubo metálico y veo como su mano se acerca peligrosamente a la mía. Los cuerpos me empujan
e inevitablemente me aproximo a él, tan cerca que siento su perfume y su olor a
hombre transpirado. Lejos de repelerme, hay algo que me atrae en esa mezcla de
aromas. Los diminutos pelos de su mano
se están frotando ya contra la mía. Más allá de su chaqueta desabrochada veo su
camisa humedecida de sudor que casi transparente me insinúa su torso cubierto
de vellos. Sigo el camino que traza el sudor en su camisa y de pronto estoy contemplando
la ligereza de la tela de su pantalón. Descubro
su entrepierna y tras su bragueta se
adivina la posición de su miembro en reposo. Creo que desabrochar la hebilla de su cinto no sería
tan difícil. Me da curiosidad descubrir la forma que tiene su sexo, el aroma que
desprendería pero regreso a sus ojos y veo que está mirando mis labios como si buscara morderlos, devorarlos
de un bocado. De pronto el metro frena bruscamente, chilla el metal de las vías
y nuestros cuerpos hacen contacto e inmediatamente vuelven a sus posiciones anteriores. Queda entonces la estela de
su mano deteniendo mi caída, queda sobre mí el calor que exhala su cuerpo. Estamos
aún más próximos, milímetros apenas nos
separan. Ahora me agarro al asidero del metro con ambas manos y una de ellas se
posiciona a la altura de su bragueta. La gente se mueve y se ajustan los
espacios. Empujado por los cuerpos que fluctúan su entrepierna se acerca a mi
mano, la roza, a veces se aprieta contra ella y luego se retira. Repite el movimiento otras veces y me percato del bulto que se va formando bajo
la tela. Su verga se endurece por el contacto con mi mano inmóvil. La
repetición del gesto me permite sentir como se despereza su sexo. La curva se
acentúa en su bragueta y su miembro se
pone en evidencia. El pudor le obliga a cubrirse con el maletín. Me sonríe
nuevamente como si estuviera excusándose por la reacción de su cuerpo y sin
embargo a mí no me molestaría seguir
sintiendo su sexo apretado contra mi mano. Intenta un movimiento para
mostrarme lo duro que se ha puesto. En agradecimiento me paso la lengua por los
labios y yo también intento un acercamiento pero las puertas del vagón se abren,
la multitud baja y sube apresurada y él parece seguirla sin dejar de mirarme. Me dice adiós buscando que yo reaccionara
pero no lo hago. Demasiado tarde. Las puertas se están
cerrando. Lo veo en el andén buscándome pero no me encuentra. Yo le sigo con la
mirada hasta que el metro se introduce en la oscuridad del túnel. Ahora el único
reflejo que veo es el mío en los vidrios de las puertas.
No sirvió
de nada descender en la siguiente estación, volver sobre mis pasos,
esperarle o buscarle en otras miradas. Simplemente
ya el hombre no estaba.
J.G. Hood.
Me ha gustado. Los buenos momentos se nos escapan como arena entre los dedos. Memento vivere!
ResponderEliminarSaludos.