domingo, 29 de julio de 2012

Relato IV:El hombre del metro.

El hombre de traje está mirándome. Finjo contar las estaciones que faltan. El sonríe y sabe que no me desagrada su mirada. Rodeará los cincuenta. Las canas en su pelo y las líneas que se disparan del contorno de sus ojos le sientan bien.  También le sientan bien el traje azul, los zapatos negros y el maletín de cuero.  Me mira intensamente con ojos azules pálidos.  Hago como si no me diera cuenta  pero mis labios me traicionan, quieren sonreírle, tenderle un saludo. La gente se amontona en el metro y yo me ubico  frente a él. Para sostenerme me sujeto con una mano al tubo metálico y veo como su mano se acerca  peligrosamente a la mía. Los cuerpos me empujan e inevitablemente me aproximo a él, tan cerca que siento su perfume y su olor a hombre transpirado. Lejos de repelerme, hay algo que me atrae en esa mezcla de aromas.  Los diminutos pelos de su mano se están frotando ya contra la mía. Más allá de su chaqueta desabrochada veo su camisa humedecida de sudor que casi transparente me insinúa su torso cubierto de vellos. Sigo el camino que traza el sudor en su camisa y de pronto estoy contemplando la  ligereza de la tela de su pantalón. Descubro su entrepierna y  tras su bragueta se adivina la posición de su miembro en reposo. Creo que  desabrochar la hebilla de su cinto no sería tan difícil. Me da curiosidad descubrir la forma que tiene su sexo, el aroma que desprendería pero  regreso a sus ojos  y veo que está mirando mis  labios como si buscara morderlos, devorarlos de un bocado. De pronto el metro frena bruscamente, chilla el metal de las vías  y nuestros cuerpos hacen contacto e inmediatamente vuelven a sus posiciones anteriores. Queda entonces la estela de su mano deteniendo mi caída, queda sobre mí el calor que exhala su cuerpo. Estamos aún más próximos,  milímetros apenas nos separan. Ahora me agarro al asidero del metro con ambas manos y una de ellas se posiciona a la altura de su bragueta. La gente se mueve y se ajustan los espacios. Empujado por los cuerpos que fluctúan su entrepierna se acerca a mi mano, la roza, a veces se aprieta contra ella y luego se retira. Repite  el movimiento otras veces y  me percato del bulto que se va formando bajo la tela. Su verga se endurece por el contacto con mi mano inmóvil. La repetición del gesto me permite sentir como se despereza su sexo. La curva se acentúa en su bragueta y  su miembro se pone en evidencia. El pudor le obliga a cubrirse con el maletín. Me sonríe nuevamente como si estuviera excusándose por la reacción de su cuerpo y sin embargo a mí no me molestaría seguir  sintiendo su sexo apretado contra mi mano. Intenta un movimiento para mostrarme lo duro que se ha puesto. En agradecimiento me paso la lengua por los labios y yo también intento un acercamiento pero las puertas del vagón se abren, la multitud baja y sube apresurada y él parece seguirla sin dejar de mirarme.  Me dice adiós buscando que yo reaccionara pero no lo hago. Demasiado tarde. Las puertas se están cerrando. Lo veo en el andén buscándome pero no me encuentra. Yo le sigo con la mirada hasta que el metro se introduce en la oscuridad del túnel. Ahora el único reflejo que veo es el mío en los vidrios de las puertas. 
No sirvió de nada descender en la siguiente estación, volver sobre mis pasos, esperarle  o buscarle en otras miradas. Simplemente ya el hombre no estaba.

J.G. Hood.

1 comentario:

  1. Me ha gustado. Los buenos momentos se nos escapan como arena entre los dedos. Memento vivere!
    Saludos.

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