No
estaba buscando nada. Comencé a mirarle porque me pareció atractivo y una buena
ocasión para distraerme. Pero lo que
comenzó como un juego pronto se me escapó de las manos. Su aspecto de chico
Ralph Lauren, sus ojos profundos y verdes me llevaron a sentarme justo frente a
él. Después su camisa entreabierta hizo
el resto. Me puse a observar su torso
como adivinándolo bajo la tela. Tuve ganas de desabrocharle algunos botones
más, de esparcir mis dedos sobre su pecho e ir bajando. La idea fue excitándome
poco a poco hasta que ya no pude ocultarlo. Sus ojos se habían detenido sobre
mi bragueta. Él comprendió de inmediato lo que me estaba pasando. Sudé frío. Pensé que me tomaría por un
pervertido. Sin tiempo para prevenir a mi propia consciencia me levanté.
Disimulé con dificultad el bulto entre mis piernas y abandoné el vagón. Me
ardía el rostro, de la vergüenza seguro pero no me detuve a mirar detrás de mí. Sólo caminé para dejar la estación cuanto
antes. Me dirigí a la escalera mecánica más cercana, lo más rápido que pude. Ya
sobre ella una mano se posó en mi
hombro, me obligó a girar para ver de quién se trataba. Era él extendiendo su mano hacía mí. Creí ver
un puño amortiguándose en mi cara aunque en realidad la mano me acercaba un
teléfono parecido al mío. Mi mente hiló
las imágenes y todo se volvió evidente. - ! Ah, sí mi teléfono! - Dije y casi
se me atora el pie en la escalera. En aquel momento no me hubiera disgustado
que me tragara aquella máquina. Prácticamente se lo arranqué de las manos sin atinar a darle las gracias
por el gesto. Me sentí extremadamente torpe.
Por suerte él supo romper el hielo con una sonrisa, después me recorrió
el cuerpo con la mirada. El calor en la
cara de hace unos instantes comenzó a concentrarse entre mis piernas. Sentí
como se me desperezaba otra vez el miembro. Introduje las manos en mis
bolsillos para disimular cualquier forma que pudiera delatarme. La tensión
entre los dos nos dirigió hacía la
oscuridad de unos árboles en una esquina.
Durante los pocos metros que hicimos juntos alcancé a rozar su cuerpo y
cuando se detuvo, se colocó frente a mí, tan cerca que pude sentir su aliento
resbalar por mi mejilla y entrar en mi boca. Su cuerpo entero desprendía un
calor que me atraía a él y como si me balanceara el viento fui acercándome a su
cuerpo, cada vez más cerca hasta que sus
labios tocaron los míos y mi lengua se enredó a la suya. No me importó que
aquello fuera en plena calle, tampoco me hubiese preocupado si nos hubieran
visto. Estaba como embotado y fuera de mí.
Lo único importante era la sensación de su cuerpo recibiéndome entre sus
brazos. Deslicé una mano sobre su pecho y pegados como estábamos pude sentir su
sexo endureciéndose contra el mío. Aquel beso en mi memoria duró largo rato aunque
apenas fueron segundos. Éramos dos tipos devorándonos en público pero que más
daba, el tipo besaba despacito, me sujetaba a él como si temiera perderme y
ciertamente algo perdido yo estaba. Me costaba resistirle, pensar en frío. El No
difícilmente alcanzaba a oírse en el fondo de mis pensamientos. Cuando por fin
lo oí ya estábamos subiendo a su piso pero antes de entrar me detuve y sin
explicarle nada lo dejé allí esperando. Luego supe que se enfadó bastante. Sí,
me fui y la explicación es simple; cuando vi reducirse aquel beso a un simple
encuentro de una noche o pocas horas, recordé lo insípido que me resultaba el
sexo pasajero, lo incómodo que es
hacerlo cuando está vacío de palabras porque nada se sabe del otro.
Es
verdad, camino a casa me arrepentí de la decisión tomada. Pasé aquella noche y
otras más pensando en él. En el recuerdo su
belleza había adquirido una insospechada perfección. Pero volvimos a
cruzarnos y algo ya era distinto. La curiosidad me llevó a invitarle un trago.
Sus palabras fueron desvelando a un chico banal y no tan atractivo como lo
quise ver. Nuestra conversación pronto tomó el matiz de una simple transacción
entre cuerpos; posiciones, medidas fueron expuestas sobre la mesa como quien
vendiera un producto. Comprendí que la perfección quedó en aquel beso y que el
resto era cosa perdida. Pagué los tragos y por cortesía intercambiamos números.
Quedamos en vernos. Lo cierto es que ni él, ni yo volvimos a insistir. Quizás
el desencanto fue mutuo. Pero ya no importa,
yo no buscaba nada.
J.G. Hood.
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