Hay una cifra de más. Quizá sea el dos que se repite o es
el seis. Pero recuerdo que había dicho veintiséis.
¡Mierda ! Las combinaciones son infinitas y ni si quiera tengo su nombre
completo. Él tampoco tiene mi número y
si consigo dar con él ¿Qué le voy a decir?
Hola, soy yo. Me senté esta mañana a
tu lado porque vi que eras el único pasajero en el fondo. Me hubiera sentado
pegado a vos si tu mochila no se hubiese
interpuesto entre nosotros. Me senté cerca porque tu apariencia me llamó la atención. Te supuse estudiante por la mochila y de los aplicados por los lentes que
llevabas. Me gustaste porque te veías alto, corpulento sin ser gordo ni musculoso. Me
gustó tu forma simple de vestir : camiseta negra, pantalones vaqueros. Tenías una imagen de chico pulcro y misterioso. Me recordaste
tal vez a algún compañero de colegio que me gustaba. No sé que fue, pero te
vi y no sé cómo ni cuándo empecé a mirarte,
de reojo por supuesto, pero recuerdo que escuchabas música y que los
auriculares eran blancos. También recuerdo que tenías un termo con una guampa
posados sobre tu pierna izquierda pero
que no me tapaban la visual entre tus piernas y no pude evitar mirarte el bulto.
Lo miré disimuladamente, luego
me dije que estaba perdiendo el
tiempo y curiosamente, sin mirarme, tomaste la
guampa en tus manos, la apoyaste justo sobre tu bragueta y comenzaste a
presionar de manera discreta aquel objeto contra ella. Poco a poco, con la
presión que ejercía la base de la guampa sobre tu bulto, noté que allí algo
aumentaba de volumen y como me puse a mirar ostentosamente lo que estabas
haciendo, retiraste tu mochila del asiento que nos separaba. Comprendí entonces
que aquel gesto era una invitación para que me acercara a vos. Impulsado
por la adrenalina que me inyectaba la excitación, salté a tu lado y dejé caer
mi mano izquierda sobre tu pierna derecha. Comencé a subirla hasta llegar a tu entrepierna. Mientras
subía, yo no era un hombre, sino una mano, sólo mi mano que veía a través del
tacto porque recuerdo cada detalle de la textura del vaquero que te cubría y
recuerdo lo dura que estaba tu verga bajo aquel jean. Froté mi mano contra esa
protuberancia, la apreté varias veces y la retiré rápidamente por miedo a ser
descubierto. El colectivo estaba vacío pero me sentía observado y temía estar
en la mira del retrovisor. A vos te cubría el respaldo del asiento delante
tuyo, a mi ninguno. Cuando
dejé de tocarte, apoyaste tu pierna fuertemente contra la mía como pidiéndome
que continuara. Yo te complací, pero esta vez no me contenté con
acariciarte el abultado paquete sino que bajé la mano buscando la zona donde
descansaban tus testículos. Se enfrentaron entonces mi mano y la tela, una para acariciarte y la otra
para cubrirte. Hubiese querido en aquel momento arrancarte la ropa con mis
manos. Por eso mi mano subía y bajaba desenfrenadamente, se
apretaba, se frotaba contra tu bulto, a veces hasta podía agarrar tu sexo entre
mis dedos a pesar de la resistencia que oponía la tela. De pronto, en un movimiento de tus manos, te
abriste la bragueta y dejaste ver el calzoncillo
azul que llevabas puesto. Era de los que tienen
una abertura delantera sin botones. Por ella, primero vi salir un poco de tu vello y luego vi como sacabas tu pija
completamente erguida. Mi
mano, un tanto aturdida se contentaba con acariciar tu pierna mientras se
exponía al mundo tu sexo. Sin decirme
nada tomaste mi mano y la pusiste sobre
el tallo de tu pene. Te dejaste caer relajado sobre el asiento y lo único en tensión en aquel
momento era tu verga. Estaba tibia,
estaba dura. Se veía hermosa e imponente. Podía hasta
contar las venas que le daban una forma a la vez bruta y delicada. Era blanca,
más que la mía, y ligeramente arqueada
hacia arriba. El tallo grueso parecía afinarse a medida que subía y culminaba
en una punta rojiza completamente
descubierta. Aquella punta brillaba por el efecto del fluido que la lubricaba. La mezcla entre
excitación y miedo sólo me permitió
hacer unos torpes movimientos hacia arriba y hacia abajo. Pero
mientras deslizaba mi mano sobre aquel trozo de carne, pude sentir toda tu excitación
contenida en mi mano. Cuando detuve mi
mano en la cabeza de tu verga, la apreté suavemente y mi pulgar se posó sobre
tu glande. Empecé entonces a moverlo en círculo jugando con el líquido transparente
que brotaba de él. Hice movimientos circulares y este ínfimo
movimiento te obligaba a morderte los
labios. Me impresionaba tu
manera de lubricar. Mi mano iba y venía sin que la aspereza de
nuestras pieles pudiera retenerla. Traté en vano de acariciar tus huevos porque
me lo prohibía el poco espacio que dejaba
tu bragueta ocupada de lleno por
la base de tu pija. Me contenté con acariciarte los vellos del pubis. Yo
salivaba, me mordía también los labios, me excitaba. Tu mirada me pedía que me
agachara y yo lo hubiese hecho con gusto para succionarte hasta la última gota
de aquel néctar que se acumulaban en tus bolas. Pero iba de camino al trabajo
y bajaba en la parada siguiente. Cuando
te lo dije aún tenía mi mano sujetando tu sexo. Vos no dijiste nada pero tu mano apretó la mía contra
tu verga y me obligaste a seguir tocándote. Con una de mis manos agarrando tu
sexo y la otra mi teléfono, te pedí tu número. Lo digité y te pregunté con que nombre lo guardaba.
Respondiste « San »
de Santiago o fue « Sam » de Samuel, ya no
recuerdo. Entonces se desprendió mi mano de tu sexo, mis piernas se levantaron,
toqué el timbre para bajarme. Ya abajo vi como se marchaba el micro
y vos te despedías de mí por la ventanilla con una sonrisa y un
guiño. Yo me quedé
absorto un rato, sin creer lo que me había pasado. Temblaba de nervios. Sentía
que mi excitación humedeció mi ropa interior e impulsado por un extraño instinto,
acerqué mi mano a mi nariz. Aspiré el aroma que quedaba en entre mis dedos. Mi
mano izquierda olía a hombre, olía a sexo. Volví a reaccionar cuando vi que ya
estaba en la puerta de mi trabajo y
recordé que no había guardado tu
número en el repertorio. Ahora
estoy aquí tratando de reconstituirlo en vano, en vano realmente.
J.G. Hood.
Este relato es real.
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