viernes, 20 de julio de 2012

Relatos II : El pasajero del transporte público.

Hay una cifra de más. Quizá sea el dos que se repite o es el seis.  Pero recuerdo que había dicho veintiséis. ¡Mierda ! Las combinaciones son infinitas y ni si quiera tengo su nombre completo. Él tampoco tiene mi número  y si consigo dar con él ¿Qué le voy a decir?

Hola, soy yo. Me senté esta mañana a tu lado porque vi que eras el único pasajero en el fondo. Me hubiera sentado pegado a vos si tu mochila no se hubiese  interpuesto entre nosotros. Me senté cerca porque  tu apariencia me llamó la atención. Te supuse estudiante por la mochila y de los aplicados por los lentes que llevabas. Me gustaste porque te veías alto,  corpulento sin ser gordo ni musculoso. Me gustó tu forma simple de vestir : camiseta negra, pantalones vaqueros. Tenías una imagen de chico  pulcro y misterioso. Me recordaste tal vez a algún compañero de colegio que me gustaba. No sé que fue, pero te vi y no sé cómo ni cuándo empecé a mirarte,  de reojo por supuesto, pero recuerdo que escuchabas música y que los auriculares eran blancos. También recuerdo que tenías un termo con una guampa posados sobre tu pierna izquierda  pero que no me tapaban la visual entre tus piernas y no pude evitar mirarte el bulto. Lo miré disimuladamente, luego me dije que  estaba perdiendo el tiempo y curiosamente,  sin mirarme, tomaste la guampa en tus manos, la apoyaste justo sobre tu bragueta y comenzaste a presionar de manera discreta aquel objeto contra ella. Poco a poco, con la presión que ejercía la base de la guampa sobre tu bulto, noté que allí algo aumentaba de volumen y como me puse a mirar ostentosamente lo que estabas haciendo, retiraste tu mochila del asiento que nos separaba. Comprendí entonces que aquel gesto era una invitación para que me acercara a vos. Impulsado por la adrenalina que me inyectaba la excitación, salté a tu lado y dejé caer mi mano izquierda sobre tu pierna derecha. Comencé a subirla hasta llegar a tu entrepierna. Mientras subía, yo no era un hombre, sino una mano, sólo mi mano que veía a través del tacto porque recuerdo cada detalle de la textura del vaquero que te cubría y recuerdo lo dura que estaba tu verga bajo aquel jean. Froté mi mano contra esa protuberancia, la apreté varias veces y la retiré rápidamente por miedo a ser descubierto. El colectivo estaba vacío pero me sentía observado y temía estar en la mira del retrovisor. A vos te cubría el respaldo del asiento delante tuyo, a mi ninguno. Cuando dejé de tocarte, apoyaste tu pierna fuertemente contra la mía como pidiéndome que continuara. Yo te complací, pero esta vez no me contenté con acariciarte el abultado paquete sino que bajé la mano buscando la zona donde descansaban tus testículos. Se enfrentaron entonces mi mano y la tela, una para acariciarte y la otra para cubrirte. Hubiese querido en aquel momento arrancarte la ropa con mis manos. Por eso mi mano subía y bajaba desenfrenadamente, se apretaba, se frotaba contra tu bulto, a veces hasta podía agarrar tu sexo entre mis dedos a pesar de la resistencia que oponía la tela.  De pronto, en un movimiento de tus manos, te abriste la bragueta y  dejaste ver el calzoncillo azul que llevabas puesto. Era de los que tienen  una abertura delantera sin botones. Por ella, primero vi salir un poco  de tu vello y luego vi como sacabas tu pija completamente erguida. Mi mano, un tanto aturdida se contentaba con acariciar tu pierna mientras se exponía al mundo tu sexo.  Sin decirme nada  tomaste mi mano y la pusiste sobre el tallo de tu pene. Te dejaste caer relajado sobre el  asiento y lo único en tensión en aquel momento era tu verga.  Estaba tibia, estaba dura. Se veía hermosa e imponente. Podía hasta contar las venas que le daban una forma a la vez bruta y delicada. Era blanca, más que la mía,  y ligeramente arqueada hacia arriba. El tallo grueso parecía afinarse a medida que subía y culminaba en una punta  rojiza completamente descubierta. Aquella punta brillaba por el efecto del fluido que la lubricaba. La mezcla entre excitación y  miedo sólo me permitió hacer unos torpes movimientos hacia arriba y hacia abajo. Pero mientras deslizaba mi mano sobre aquel trozo de carne, pude sentir toda tu excitación contenida en mi mano.  Cuando detuve mi mano en la cabeza de tu verga, la apreté suavemente y mi pulgar se posó sobre tu glande. Empecé entonces a moverlo en círculo jugando con el líquido transparente que brotaba de él. Hice movimientos circulares  y este ínfimo movimiento te obligaba a morderte  los labios. Me impresionaba tu manera de lubricar. Mi mano iba y venía sin que la aspereza de nuestras pieles pudiera retenerla. Traté en vano de acariciar tus huevos porque  me lo prohibía el poco espacio  que dejaba  tu bragueta  ocupada de lleno por la base de tu pija. Me contenté con acariciarte los vellos del pubis. Yo salivaba, me mordía también los labios, me excitaba. Tu mirada me pedía que me agachara y yo lo hubiese hecho con gusto para succionarte hasta la última gota de aquel néctar que se acumulaban en tus bolas. Pero iba de camino al trabajo y  bajaba en la parada siguiente. Cuando te lo dije aún tenía mi mano sujetando tu sexo. Vos no dijiste nada pero tu mano apretó la mía contra tu verga y me obligaste a seguir tocándote. Con una de mis manos agarrando tu sexo y la otra mi teléfono, te pedí tu número. Lo digité y  te pregunté con que nombre  lo guardaba.  Respondiste « San » de Santiago o fue «  Sam » de Samuel, ya no recuerdo. Entonces se desprendió mi mano de tu sexo, mis piernas se levantaron, toqué el timbre para bajarme. Ya abajo vi como se marchaba el micro y  vos te despedías  de mí por la ventanilla con una sonrisa y un guiño. Yo me quedé absorto un rato, sin creer lo que me había pasado. Temblaba de nervios. Sentía que mi excitación humedeció mi ropa interior e impulsado por un extraño instinto, acerqué mi mano a mi nariz. Aspiré el aroma que quedaba en entre mis dedos. Mi mano izquierda olía a hombre, olía a sexo. Volví a reaccionar cuando vi que ya estaba en la puerta de mi trabajo y  recordé  que no había guardado tu número en el repertorio. Ahora estoy aquí tratando de reconstituirlo en vano, en vano realmente.
J.G. Hood.



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